*** Rincón de los pEnSªMiEnTºS ***

Este es simplemente un rincón para botar esos pensamientos que a veces nos rellenan la mente y no tenemos dónde dejarlos... ¿por qué publicarlos? No sé, quizá puede servirle a alguien. Y de paso, puedo saber lo que piensan ustedes de lo que pienso yo. =)

15.5.06

Los libros de mi vida

Había una vez una niñita muy inquieta. La única manera de que dejara de molestar a su mamá era sentándose a leer. Por eso, su mamá le compraba montones de libros. Al principio eran cuentos infantiles. La niñita se deleitaba con el Gigante Egoísta, aprendiendo que mientras más grandes son, más fuerte caen (filosofía que le serviría de mucho en la vida); lloraba a mares con la historia de la niña de los fósforos, porque por alguna razón se acordaba de su abuelita, que ya no estaba; no le gustaba mucho la Caperucita, porque le parecía bastante inverosímil eso de que alguien pudiera salir vivo de la panza de un lobo.

Más tarde vinieron las novelas para niños, de esas tipo El Barco de Vapor. Disfrutó a concho con Un embrujo de cinco siglos, sufrió con la Hija del Espantapájaros y devoró Los escarabajos vuelan al atardecer. Se deleitó con Sandokan y el Corsario Negro, la Flecha Negra y La Isla del Tesoro. Las Crónicas de Narnia le duraron menos de una semana. Pero era una niña bastante precoz, que había madurado quizá demasiado rápido. Entonces empezó -a eso de los once años- a leer libros de Vargas Llosa, García Márquez, Isabel Allende, Guy de Maupassant, Edgar Allan Poe, Ernesto Sábato, Mario Benedetti. Conoció la maldad con Elogio a la madrastra y empezó a cuestionarse el mundo con Sobre héroes y tumbas. Enloqueció con Castells en El Túnel y se desesperó con Del amor y otros demonios. Y así.

Un día, a eso de sus 13, una amiga le prestó a Agatha Christie. Su primer gran placer culpable. Encontró en esas historias de misterio parte de su infancia, cuando en vez de estar angustiándose con Flaubert debería haber estado divirtiéndose. Y las siguió leyendo y releyendo miles de veces, buscando siempre los ejemplares que le faltaban para completar su colección. Más tarde vendría su segundo placer culpable, el que completaba el cuadro: Harry Potter. Su imaginación volaba de nuevo y se sentía como de 10 años leyendo esas aventuras imposibles.
La niñita devoraba prácticamente todo lo que caía en sus manos: desde las historietas de Disney que su padre le compraba siempre hasta libros de filosofía. Todo valía. Eso sí, después de leer algunas de sus novelas, repudió para siempre a Barbara Wood y a Danielle Steel, a Paulo Coehlo y el séquito de escritores de autoayuda.

La niñita tenía una tía que era dueña de una librería. Allí ella se sumergía, en las profundidades de ese lugar, a buscar más literatura. Su madre era otra feroz devoradora de libros, así es que siempre iban juntas, para dolor del bolsillo del padre. Un día, buscando y rebuscando, la niña -de unos 14 años- encontró un libro que le llamó la atención. Malena es un nombre de tango, de Almudena Grandes. Se lo llevó. Si le duró dos días fue mucho. Sus más de cuatrocientas páginas se escurrieron veloces. Conoció el dolor del amor con Malena, el sabor de la traición con Reina, la sensualidad con el abuelo Pedro y tantas cosas más. Volvió a leerlo. Una y otra vez. Lo subrayó. Lo aprendió. Y desde entonces, se hizo una fiel seguidora de Almudena, y no se perdió ninguno de sus libros. La escritora la fascinó y, sobre todo, le dio a Malena, para entender que a veces, cuando uno cree no ser quien debería, ser una mujer equivocada, mala, perdida, podrida, que solo sabe hacer daño, puede estar equivocada. Y puede haber una salida.

La niñita viajó a Europa. Y le encantó todo, pero se enamoró de las librerías. En París se perdió en una de ocho pisos, ¡ocho!, llenos de libros y videos y revistas y ensayos. Compró muchos libros. Y se sintió feliz. En España, cerca del Corte Inglés, encontró una con sillones gigantes, donde se podía leer los libros antes de comprarlos y nadie se enojada. Y se sintió en el paraíso.
La niñita cumplió 22 años. Y siguió leyendo. Ya no era una niñita, aunque a veces se refugiaba en las muertes de Agatha Christie o las escobas voladoras de Harry Potter para sentirse una. Y cuando la vida era injusta, se iba a perder con Charo y Juan a Los Aires difíciles. Para cada situación habían libros. Y siempre encontraba algunos nuevos. Hace poco descubrió unos textos de Tom Wolfe que no tenía y se maravilló con La Historia del Rey Transparente. Y cuando se sentía tan equivocada y perdida, siempre tenía a Malena.

Porque los libros sí pueden salvarte la vida.

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